Billete de cinco (2020)
Todas las semanas asistimos al sacrificio de una nueva víctima y
otro comité de expertxs opinólogxs desde sus plataformas
virtuales, desde sus cómodas poltronas de privilegios de
academia y blanquitud asalariada que sabe que se salvará de
todo esto, que sobrevivirá, que no le teme y lo usa de palestra
para ejercitar el lobby eterno del autobombo y debatir lo
ineluctable: una nueva normalidad que vino a quedarse a la cual
no estamos todas invitadas, una nueva disciplina social. Primero
fueron las personas privadas de su libertad y el rancio debate
que reterritorializa el juicio moral entre quiénes si y quiénes no
hacen parte de la política, neutralizado ipso facto por la idea de
una nueva cárcel con condiciones de encierro dignas y reclamos
justos, como si dilatar un poco la muerte con un motín no lo
fuera acaso. Siguieron con la vejez, a la cual se le prohibió salir, y
ya no se habló más del tema, tras la performance de la señora
copetuda que solo quería tomar sol, porque no le queda tanto
tiempo de vida, según sus propias palabras. Luego le tocó a la
villa, a la que hay que decirle “barrio”, así se la confunde con
Recoleta, así se cree que vivir sin agua es vivir en uno, así se
enmascara el asentamiento de emergencia y la emergencia del
asentamiento, marginalizado y precarizado por las políticas
partidarias que solo se acuerdan para la foto de que esa gente
existe. Como si la ofensa no fuera carecer de servicios básicos
naturalizando, de paso cañazo, que es barrial vivir en la miseria,
como ya dijimos; o como si la dignidad de sus habitantes por
ósmosis pasase a ser la característica de esas condiciones de
hacinamiento, como si atacarlas fuera atacar a sus las personas
que allí viven. No habría sido demasiado difícil colocar a las
personas vulnerables de la Villa 31 antes de que fueran
completamente vulneradas en las habitaciones vacías de su
vecino, el Hotel Sheraton.
¿Quién sigue? ¿Las personas condiscapacidad? ¿Las enfermas crónicas?
¿Sobrevivirán este invierno quienes viven en la calle?
Hace rato que el martirologio de los desgraciados solo sirve para
intentar hacer tropezar al enemigo político. Nuestros tiranos
gestionan la crisis, donde las decisiones sanitarias son en
realidad partidarias, de acuerdo a las mediciones en las
encuestas de opinión y el algoritmo de las redes sociales lleno de
obsecuentes, alcahuetes, ofiches, ortibas, buchones, botones.
Podríamos pedir el cese de toda actividad y una huelga como
una pandemia a nivel planetario. Pero el mundo mendiga salir a
trabajar. Y mucho más que un par de cuerpos viriles y jóvenes,
incluso entre las filas de la así llamada disidencia sexual se
prestarán a ello, aun si lo tienen que realizar en detrimento de la
salud de una comunidad que dicen colaborar a construir.
¿Ignoran acaso que mientras los servicios médicos privados y
públicos estén tomados por la pandemia, las vidas de las
personas discas, tullidas, con enfermedades crónicas se ven en
peligro porque no pueden agenciarse con el dispositivo
hospitalario, colapsado, que les mantiene con vida? ¿O será
egoísmo e imbecilidad lisa y llana? Intentar frenar su desatino
bajo el protocolo de hablar con su gente amiga es denominado
“yutear” en este mundo del cualquierismo afectivo, del sálvese
quien pueda, por las tropas de niñes bien nutridos,
hipertrofiados por los alimentos de dietética financiada por
papito con culpa y sustancias del régimen farmacopronográfico.
¿Cuántas veces he explicado que significa tripalium? ¿El único
horizonte de expectativa de la libertad es la sociabilidad bajo
control, el trabajo? ¿Realmente se convencieron que
desobediencia al poder en este momento es salir teniendo
donde quedarse? ¿Jamás se pensarán insurrecciones que tengan
que ver con no hacer, con una teoría de la mujer enferma, con
echarse? Sobra gente, sobramos. Nos tenemos que redistribuir.
Hay que descartar. Descolgar a quienes estén enganchados y
como billetes devaluados sacar de circulación a quienes no sean
útiles en este juego del intercambio económico.
Política clásica partidaria, el juego de ir tanteando cómo luce tal
o cuál acción tanatopolítica, cómo mide en la opinión pública tal
o cuál medida de control biométrico siempre y cuando no sea
como China. Porque recordemos que no hay dinero para
producir equipo potable para que el personal médico o la gente
pobre no muera pero si para generar una app y una campaña de
mayor control que poca gente no sale a secundar so pretexto de
que ya entregamos los datos para sacar un email, como si la
coerción del estado y la obligatoriedad de ir a trabajar bajo los
tecnocuidados de la protección totalitaria en medio de una
pandemia fueran equivalentes a tener un perfil anónimo en
instagram o una cuenta en Tinder. Todo el aparato del estado,
todo el marketing y la gestión de los afectos, todo el diseño
emocional al servicio de la nueva normalidad. Este nuevo gran
invento social, si pasa, pasa. Y pasará. Sin demasiada queja
porque lo que se hace por el bien de la supervivencia del más
apto y de la raza, el bien de la humanidad, es sacrosanto y no
conoce de sacrificios.
Si por trabajador esencial en servicios médicos se necesitan al
menos 25 trajes no hay manera de que el Estado provea esa
cantidad de material importándolo. ¿Cómo es que el aparato
estatal que puede desplegar tal cantidad de control, no puede
hacer que las empresas privadas produzcan equipamiento para
esta catástrofe? ¿Acaso no se les ocurrió? La confianza inaudita
que se deposita en el estado materno, más fortalecido e inepto
que siempre, para resolver problemas que ni les inquietan ni
mucho menos cuentan con la capacidad como para resolver, no
tiene parangón.
¿A qué se le dice “antipolítica”? ¿A la objeción? ¿Al disenso? Son
los propios empleados los que terminan ayudando al ya muy
enriquecido patrón a pagar la parte en “blanco” de su propio
sueldo. Una cuenta perfecta: beca estatal de estímulo al capital
privado mediante la subvención de un cuarto del sueldo con los
aportes descontados del IVA de las compras de la canasta básica
de las propias personas que tienen que salir a vender su fuerza
de trabajo incluso ahora, carne de matadero, sangre para el
caldo de la licuadora de la democracia parlamentaria. Es decir, el
Estado paga la mitad del sueldo formal, porque la otra parte, no
declarada, en el mejor de los casos, 50 % “en negro”,
denominación racista que no alcanzó en tiempos de lenguaje tan
inclusivo a ser modificada, quién sabe... Un revival 2.0, un
update, de la estatización de las deudas del capital privado por el
banco nación durante la última dictadura militar, cuando Cavallo,
el ex ministro de economía del menemato era su presidente.
Nadie habla de suspender el pago a servicios o alquileres. Nadie
obliga a los grandes capitales a pagar un daño que ellos han
hecho porque nadie piensa en salir de las lógicas del capitalismo
sino ver cómo poder continuar existiendo dentro de él. Y dentro
de él existe la conciliación entre quienes tienen la sartén por el
mango y quienes estamos en el horno.
Pandemia producida por un virus que es tan contagioso como
para dejar gente fuera del país librada a su suerte (pagando la
compra de un pasaje de repatriación por la aerolínea bandera
con una tarjeta con 30% de impuesto solidario de recargo a
gente que se le han cancelado al menos dos vuelos sin ver
ningún tipo de resarcimiento o devolución, sin ningún apoyo
estatal) pero no como para que cese la circulación del delivery,
ese distractor sin el cual la familia diversa moderna antipatriarcal
merch del bien y la parejita fachogre feminista sorora terminaría
en un episodio de violencia doméstica. Tan contagiosa como
para encerrarnos por nuestro propio bien pero no como para
detener el trabajo en todo tipo de actividades altamente
riesgosas como ser la producción industrial de alimentos en
fábricas que distan mucho de poder garantizar el bienestar de
ninguno de sus esclavos (cosa que realmente no puede darse con
ese ritmo de producción ni con ese dispositivo, sea dicho de
paso, mientras haya capitalismo). Tan contagiosa como para
tener que pedir permiso para salir pero no como para importar
médicos de otras latitudes a las cuales se invoca cuando se
quiere producir sensibilería fachogre nostalgiosa, entre otras
muchas licencias como ser la vuelta a la patria de la hija enferma
de una noble ciudadana de la clase política, porque para algunas
personas no existen ni las fronteras ni las epidemias. Tan letal
como para que el contagio sea un crimen penal (cuando los virus,
huelga decir, se transmiten o se contraen pero no se contagian,
tal como se supone habíamos aprendido con la pandemia del VIH
y su cacería de las sexualidades no reproductivas) y te obliguen a
firmar una declaración jurada donde afirmás no tener la
enfermedad para salir a trabajar pero no lo suficiente como
realizar hisopados y disponer de reactivos por lo menos para el
personal que trabaja en las instituciones médicas, entre otros
frentes de combate (¿acaso no se hace en las guerras? ¿acaso no
se nos dice que estamos en una?). Tan letal como para hablar de
guerra e instrumentar protocolos de máxima seguridad
antiterroristas si alguien estuvo en contacto o expuesto pero no
lo suficiente como para que miles de personas mueran hacinadas
en campos de exterminio, es decir cárceles.
La expectativa y calidad de vida de miles de personas se ha visto
acortada debido a los servicios médicos inexistentes ya a esta
altura para pacientes con enfermedades crónicas, con un
personal colapsado o ante la imposibilidad de salir a hacer la
moneda día a día; formas de producir economía informal
diezmadas sin más para toda la eternidad, entre quienes
también me encuentro; personas privadas de su libertad sin
sentencia en firme o directamente sin juicio, con beneficios que
no se cumplirán, con salidas transitorias, libertad condicional,
causas menores o primerizas, montajes de todo tipo, contra
quienes toda la población civil se organizó para garantizar que
sus derechos se incumplan, la misma población que no puede
nada contra el avasallamiento de sus propias libertades civiles
individuales a ningún nivel o que ni siquiera se le ocurre al menos
dejar de hacer padecer a quien esté al lado; ya no les pediría que
pensemos contra la prisión en pos de su abolición pero ¿el
encierro no les sirve como para no deseárselo a nadie o desean
que les pase a otras personas algo aún peor de lo que ya nos
ocurre? Parece que más de un siglo de subjetividad dentro del
capitalismo te deja en este estado de constante bestialidad, que
de tanto ver troceada la carne en bandejitas de supermercado,
ya nos hemos vuelto inmunes a cualquier tipo de sufrimiento.
Sobrevivir en este infierno se paga no solo con la pérdida total de
toda empatía, como si fuera el cabello de la Sirenita, sino más
aún con el deseo de exterminio de los que aún es posible
pisotear.
Resetearán la economía que no podían continuar sosteniendo.
Entraron las reformas laborales sin que nadie diga nada para que
el capitalismo les dure un poquitito más mediante el exterminio
o la exclusión de quienes ya no se podía continuar poniendo a
producir ni tampoco sirven para que se les extraiga. Tal vez
cayeron en la cuenta que les rinde más vender humo, vacunas y
control de pandemia que prolongar la vida de tanta gente poco
favorecida económicamente pero cronificada. Nos han quitado
hasta la capacidad de desconfiar. Ya venimos con el moño
puesto. En breve, dejarán de hablar de todo esto y fingirán que
no existe ya o que nunca ha existido. Aunque continúe ahí
asesinando a quienes habían encontrado la manera de vivir
como musgo entre las piedras.
Bienvenides al reality de la nueva estatalidad, el estado materno,
y la policía del cuidado. Ojalá pases a la segunda ronda donde
terminarás pagando por tu propia esclavitud pero elegida, como
la maternidad, x una aplicación de smart phone, para que no
toques los sucios billetes llenos de microbios.
Leonor Silvestri