Beatriz, Beatriz Elcidia, Beatriz Elcidia Sarlo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, tus estudiantes. En breve cárcel traigo aprisionado, cantaba Quevedo para hablar de la sede de los recuerdos, el corazón, mil y una lecciones que aprendimos en tus clases: a comprar los libros de editoriales independientes y no fotocopiarlos; a no estudiar con clases desgrabadas (no permitía desgrabaciones, había que estar presente); a leer la bibliografía complementaria porque no se puede hablar de la pasión en la literatura argentina sin Spinoza, Sade ni Bataille; a no cancelar autores pero seleccionar bien a quién (doy testimonio público de que jamás canceló a Soriano, solo que prefirió que estudiáramos a Molloy o Bignozzi); a asumir errores (fue un desacierto para la crítica literaria argentina convertir el latín y el griego -donde ella comenzó- de la curricula y convertirlos tan solo en una especialización de ghetto, una barthesiana como ella debería haberlo anticipado); a respetar a los mayores (de Jaime Rest -su maestro- a David Viñas -pese a sus peleas- a quien nunca ninguneó); a tener una biblioteca concisa pero sólida que se lleva encima, como una estoica; a leer a todo Cortázar -pese a que lo consideraba literatura infantil (nadie se presente al examen sin tener leída su obra completa ni la de Borges)-; a amar a Benjamin y a Barthes sin dejar de leer a Said. A quienes prestamos atención, Sarlo nos entregó las armas hasta para combatirla a ella.
Durante dos años por puro placer me senté en primera fila en sus inigualables clases de literatura argentina para debatir los sábados por la mañana donde la vi más de una vez acomodar marxistas de papá con una pregunta: ¿Eso que ud. cita en cuál de los 8 tomos de El Capital está? Famoso es el rumor de la anécdota del concurso donde Sarlo se convierte en Jefa de Cátedra sobre alguien que sí tenía un doctorado (Sarlo carecía de uno pese a tener sencillamente los méritos equivalentes porque durante la dictadura no había) e intentó impugnar el concurso: otra gloria argentina pero de la lingüística, la amiga de Thenon, Barrenechea contestó “no me lo recuerde, yo leí su tesis”. Durante otros dos, pedí un permiso especial, que me concedió, sin estar graduada, para hacer dos seminarios de doctorado sobre cultura popular (que aboné porque el posgrado de la UBA hace décadas está arancelado). Tuve la gracia de asistir a un hecho histórico, Sarlo dejaba su carrera docente universitaria con ese curso enseñando Hoggart y de Certau.
Beatriz Sarlo es al ensayo, la docencia y la crítica literaria lato sensu lo que Borges es a la literatura argentina: un sabio, vapuleada, mancillada y degradada por el peronismo. De todos los exámenes finales que rendí (su materia no era promocionable, como no lo eran las de filología), el suyo fue el mejor: 13 bolillas a la vieja usanza -odiada y temida por su exigencia-. La condesa sangrieta de Pizarnik a Penrose. Hablé 5 minutos reloj. Me cortó en seco. Petrificó con la mirada al resto de los otros tres docentes, a reglamento, como deben ser todas las mesas de examen, y sentenció, para mí suficiente y todo el mundo asintió. Me quejé, había preparado un año entero ese final y quería alardear en su presencia. Aún la escucho y sonrío: “Silvestri, ud. no viene a mostrar la preparación física, ganó en el saque, tiene un diez, váyase”. También aprendí a amar el deporte y no hacer de mi cuerpo la tumba de mi alma, a no perder la sensibilidad sobre los maestros y no recaer en el desagradecimiento de la hybris tan característica de la juventud de todos los tiempos.
Sin Beatriz Sarlo no sería yo quien soy hoy, tendría vergüenza de haberme realizado un aborto (publicamente dijo que ella se había hecho al menos cinco) y me habría visto arrastrada por la marea de ese feminismo kirchernista merchdelbien que ha reemplazado la palabra por el eufemismo “interrumpción voluntaria del embarazo”, en cual todo el movimiento de mujeres se ha convertido con la exportación de la industria cultural del fascismo interseccional argentino al cual Sarlo fue la primera en contestarles de plano que con ella No.
Siendo muy joven, le dediqué mi libro primer libro de poemas Nugae, teoría de la traducción (del cual alabó su prólogo y un poema) y ya mayor Protofemininismos: sexo, violencia y lenguaje inapropiado en la mitología grecolatina y que me contestara agradeciéndomelo. Le prometí y cumpliré con mi promesa, que daría un curso sobre su obra.
Íntegra e incorruptible, como Bignozzi un año después de que falleciera su gran compañero, Hugo; Beatriz nos deja tras la partida de su última pareja. Sit tibi terra levis. Ave atque Vale. Parafraseando a tu amigo Juan Forn, Beatriz, yo te recordaré por el resto, clásica y moderna, fumando con boquilla, arriba del colectivo 44 con tus estudiantes, como una transeunte más, excelsa pero sin ínfulas, grande imperio del amor cerrado.
Bonitas palabras, Leonor.
Hermosa despedida, Leo. Te quiero y te abrazo.