“Lego a la humanidad todo el caudal de mi amargura. Para los ricos sedientos de oro, dejo la mierda de mi vida. Para los pobres por cobardes, mi desprecio.”
La vida inútil de Pito Pérez. Rubén Romero (gracias
por convidarme este epígrafe)Día 1
La gente cuando está encerrada escribe diarios. Yo estoy encerrada desde el 10/3/2020 y me acordé tarde que lo que tenía que hacer también yo otra vez es escribir otro diario, el de mi ostracismo, como Ovidio, las Tristia que algún día las volveré a leer. Así que empiezo este nuevo diario sin muy bien saber para dónde voy pero quiero contar lo que nos está pasando y dejarlo como testimonio del infierno que es la vida en el peor mundo posible. Alguien me dijo que ahí afuera hay gente que conecta con mi dolor. Que así sea, entonces.
Este diario comienza, entonces, con al menos 5 años de atraso. Empieza mal, ya va tarde. El mismo atraso que lleva la gente para darse cuenta de lo que realmente está aconteciendo. Es el fin de este mundo. Lo que vendrá luego después es infinitamente más atroz que lo que acaece ahora y no habrá animales, tal cual Philip Dick lo vaticinó, para consolar a lo que de nos quede. Este es el diario de alguien que perdió como tanta otra gente no solo su vida anterior, sino como alguna vez puse en un poema que escribí en Irlanda, todas las vidas que pude haber tenido. Perdí como quien dice en la guerra. Irlanda, volverme fue el peor error que cometí. Me disculpo. Tendría que haberme quedado, resistir que al final del túnel neoliberal donde te encontré, atrasada, exitista, antiputos y migrantes, al final había un horizonte de expectativa. También perdí el camino por donde se vuelve al mundo que desapareció delante de nuestras narices y al cual, por propio pie, no digo los enemigos, sino quienes se suponía estábamos del mismo lado volvieron sin más. Pero todo esto ya lo dije en miles de libros que no se leen y que quienes compran, coleccionan. De todos modos, nadie hace lo que lee en los libros o estaríamos mucho menos peor.
Este diario es una carta en una botella arrojada al mar caliente de microplásticos en cuyo fondo las elites sueñan con vivir, donde los animales marinos mueren por el calor por el capitalismo por la contaminación. Este diario es también un testamento porque ahora ya es demasiado tarde para casi todo; y en mi caso personal tal vez para continuar sobreviviendo.
Realmente creí que iba a pasar algo más interesante que lo que finalmente ocurrió. Creí que iba realmente a pasar algo. Pero no pasó nada. Y eso permitió que pase de todo. Y cuando digo de todo es literal. De Gaza al campo de exterminio Dinesy de los juegos del hambre del narcoestado mexicano pasando por … Welcome. This is La tanatopolítica. Lo dejo acá escrito para que venga alguna de las sin corazón y se lo apropie y se convenza que lo creó y lo haga libro, paper, liderazgo. Me da totalmente igual porque voy a escribir las Tristia. Y eso es algo que ustedes no pueden entender.
Me toca coexistir entre zombies infecciosos con ideas totalmente mágicas y ridículas acerca de sus cuerpos. Ya nadie siente nada pero qué ruido que hacen, cómo gritan, infancias eternas que ensordecen, pura chiquilinada baladí.
Enya también, dicen, vive encerrada, pero en un castillo. Donde yo vivo hay dos gatos y tres perros. Creo que nunca me podré ir de acá porque acá enterré ya a otros dos gatos. El negro estaba acá cuando llegué. Irme sin él me afecta menos que Elliotita, mi gran compañera durante mas de una década. Elliot es ciega y sorda, nunca pudo vivir en el exterior. Siento que si la dejo acá su espíritu en este momento aquietado entre las rosas va a empezar a maullar a los gritos dónde están, dónde están. Enterrar a un gato es lo más triste y lo más hermoso que he vivido alguna vez. Me hace muy feliz tener donde enterrarlos (pensar que en CABA a veces los tiran al contenedor) y plantar encima flores fragantes. El negro está al pie de un árbol de moras. Antes de que me vengan a atacar con alguna cosa les aviso que Elliotita fue muy feliz en este lugar conoció la tierra, las flores, el aire, los insectos aunque nunca pudo ser autónoma como otros gatos y sus días ya estaban contados. Tuvo una muerte digna de su majestad con música y todo y la compañía de Moreno. Los gatos de de Monserrat donde vivía antes, Blanquita y Alí enterrados en la placita de atrás. Sus fantasmas siempre que quieran podrán volver al departamento donde ya no vivo pero que fue su casa. Y Anita, que tuvo la muerte mas atroz que yo haya visto jamás, en mis brazos, fue cremada porque no quedaba opción y ahora cargo con una cajita de madera que adentro tiene algo que dicen fue ella pero yo sé que no. La pinto alguien que alguna vez creí era una amiga de verdad. Pero como dije ese mundo ya no existe. Y este también es un diario sobre las pérdidas. Pérdidas irreparables. Pérdidas que no se volverán a encontrar. Un diario de cómo es ahora la vida.
Cuando Elliot murió no supe qué hacer con el tiempo infinito que ocupaba en que viviera. Me encantaba cuidarla, sobre todo sus últimos años que fueron un poco más cuesta arriba. Siempre tuve una preferencia por los gatos tullidos, como el primer gato que rescaté, Pepe, cuando tenía 10 años, que era enano (perdón, de talla baja; fuera de broma una vez vi en redes el flyer de un gato en adopción descripto como “gato varón cis” y no era irónico), había tenido raquitismo, una pata trasera mas corta que la otra; todo Cuasimodo, bellísimo, creía que me lo iban a robar. ¿Qué iba a saber yo que también sería tullida y que nadie nos quiere a los 10? Pero ya le tenía miedo al espástico de la vuelta cuyo único apoyo era su madre anciana que a gatas podía con ella. ¿Qué iba a saber yo si nadie nos explica nada? Ahora ya no somos capaces de aprender. ¿Acaso lo fuimos alguna vez? Si. Cuando no hablábamos en plural, y como dice el Tao a pesar de que podíamos escuchar al perro del país de al lado nunca íbamos. Antes, cuando éramos bastantes menos. Ahora ya nadie no es parte de un proceso de gentrificación o colonización, más allá a las autopercepciones. Por supuesto, la gente siempre se siente incolona, nunca colona pese a que más que nunca nuestra existencia garantiza la extinción de todo lo otro que queda.
Acá volví a ser realmente discapacitada. Esta es mi segunda discapacitación; no tanto por las secuelas que a esta altura todo el mundo tiene, niega y conjura con las teorías mas desopilantes; sino porque acá vine a hacerme cargo de dos cosas. La primera es que realmente estoy enferma y no como me invitó el modelo médico rehabilitador a vivir todos mis años anteriores, como si fuera normal, no siéndolo, y sus consecuencias; acá volví a ser lo que soy, escritora y enferma crónica. Sin filtros, sin berretines, sin excusas, y sin pedir disculpas por ser lo que soy y no adaptarme. Sin fingir que soy otra cosa. Me hago cargo de mi incorrespodencia e inadecuación con este mundo al que no le pertenezco y el cual detesto en casi todas y cada una de sus formas y en el cual repto agonicamente porque no sé realmente darme muerte. Una persona tomando anticuerpos monoclonales por mas de 10 años que empieza a sentir sus efectos en el cuerpo que no se hace mas joven y no quiere tirar a la basura lo que le queda para participar de un mundo social al cual me gustaría ver arder hasta los escombros; como Gaza pero al revés. ¿A qué volver? ¿A leer poemas? ¿A tener un amor? ¿A hacerle el aguante a la democracia que votó a Calígula y antes de eso a Nerón? Como si se pudiera elegir entre incendio o inundanción. Como si no debiéramos negarnos a hacer esa elección.
Yo acá me vine a enterrar y a escribir este diario. Tierra de enemigos despiadados y los pagos del poeta suicida que no aguantó más el horror de la humanidad y se mató, triste y solitario a quien en vida no le presté la debida atención, por error porque él también de todas las palabras eligió las de la verdad, la vida tal cual la veía es decir tal cual.
Dicen que mejor terminar una labor, si se puede, con un aciero. La seguimos en otro momento.