El truco más ingenioso del sistema. Ted Kaczynski
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Es bueno recordar a las personas por sus nombres, más que por sus apodos. Aunque los apodos nos dicen cosas acerca de los nombres de las personas y viceversa. Ted Kaczynski es el nombre de pila de un señor que durante dos décadas emprendió acciones insubordinadas insurreccionales individualistas hasta que su hermano —si, su hermano, cuidado con las familias— lo delató, lo envió a la cárcel, lo hizo declarar insano y hoy vende los derechos de su historia en un documental de Netflix. Ted enviaba cartas–bombas. Y debido a ello, y a ser declarado insano, contrariamente a su voluntad, en vez de haber sido sentenciado a pena de muerte, vive de por vida privado de su libertad, alguien que ama tanto la libertad y la naturaleza, será cualquier cosa excepto alguien que no está en sus cabales. Sin embargo, un así llamado terrorista, tal vez mejor considerado preso político, es también mucho más que una persona de acción. Esta persona que escribió una serie de textos dedicados al espíritu de la primavera, al reverdecer y comenzar de nuevo, cuyo pensamiento filosófico compila esta edición.
De esta serie destaca justamente “El truco más ingenioso del sistema” escrito en el cual Kaczynski nos explica cómo logra el sistema: 1. aggiornarse y updatearse; 2. reciclar el descontento social producido por el propio sistema en formas políticas aceptables y asimilables, hasta incluso convenientes para el sistema mismo. Según su enfoque, el sistema convierte la rebelión inherente al descontento y frustración producido por el mismo sistema (no sabemos si ex professo o aleatoriamente) en algo de suma utilidad para el mismo sistema, mediante la estereotipación u oferta de bienes de consumo rebeldes ‘merchdelbien’ en la góndola del supermercado de los deseos de rebeldía, también llamados ‘buena conciencia’ de una política aceptable cuya participación se ve muchas veces reducida a la elección entre un muffin, un cupcake o una magdalena o un creppe, un waffle o un panqueque. Así, el activismo y sus adalides actúan como defensores del mismo sistema que se supone vienen a criticar, ayudando a obtener las reformas que de no obtenerse harían que por anacrónico el sistema colapsara y cayera. Lo cual te explica por qué el epíteto ‘activista’ no solo acompaña las definiciones y perfiles de tanta gente, hasta incluso modelos de pasarela por decir algo, sino también se ha convertido en una profesión muchas veces rentada cuya característica especial es la tolerancia y el diálogo.
Por supuesto, el sistema necesita generar cambios radicales para ajustarse a las condiciones cambiantes del mundo. Así los impulsos bien intencionados de rebelión forman parte del sistema y de lo que este produce en una situación win–win: el ser activista promedio se queda conforme con su bondad y desempeño en una sociedad (de mierda) que ayuda a reformar para el bien impidiendo su, de otro modo, inevitable precipitación al abismo. El activista, me gusta decir, es al sistema lo que el Clean Master es al Android: un software de actualización y limpieza que hace funcionar nuestros móviles alcahuetes a mayor velocidad de deschave. De ese modo, el sistema se apropia de esa energía para realizar las modificaciones y reformas pertinentes que requiere, lo cual se une al creciente asimilacionismo de grupos otrora subalternos, denostados y con alto contenido subversivo, en buenxs ciudadanxs del bien.
Asimismo, el sistema sujeta a propaganda negativa todo aquello que represente un peligro mediante la creación de enemigos internos y chivos expiatorios propagando la idea de la integración, inculcando en la población valores, creencias y hábitos de paz y deber cívico, donde la violencia, es decir, la autodefensa está prohibida, perseguida, criminalizada y penalizada; para que la violencia palpable siempre esté en manos, según este autor, en quienes detentan su legítimo monopolio.
Otro de sus grandes anatemas tienen que ver con dónde golpear para que duela y dañe, como metáfora que tienden a dar cuenta de la capacidad del sistema de absorber y reciclar casi todos los supuestos golpes perpetrados por sus ahora reterritorializados agentes de la paz social, los activistas. La imagen poética es la de hachar un leño, que no se corta de un golpe seco, sino que se va talando, poco a poco. “Golpear donde duela”, otro de sus textos, significa no distraer nuestras energías en lo que no sirve. Por el contrario, su descreimiento del sistema democrático es total y absoluto, democracia como punto más exacerbado del fascismo y el sistema donde el capitalismo más a gusto se desarrolla dada su capacidad de asimilar y su flexibilidad para abarcar incluso a quienes se pensaron oposición. La democracia, en su línea de pensamiento, transige cuando le es necesario, cede ante la protesta en forma de reforma para auto–mejorarse, se alimenta de ella, volviendo el capitalismo un ente sensible.
Por eso, para Kaczynski la tarea depende de seleccionar aquello con lo que no puede transigir la democracia y por ende resiste la asimilación. En palabras de Assata Shakur, ningún sistema se modifica apelando a los valores morales de sus opresores. Por eso hay que poner sumo cuidado en sumarse a las filas de los significantes vacíos aglomeradores del bien que pueden ser llenados con cualquier contenido: Buenos Aires se ha preciado en ser la capital LGTB del Mundial del Polo Gay, o Ni una menos ha visto pancartas antiabortistas so pretexto de que se abortan selectivamente en el mundo más mujeres que varones. Así, Kaczynski insiste en no asistir al sistema a que no se debilite mejorándolo con reformas, y desarrollando, en cambio, una subjetividad en todo incompatible con los valores de las clases dominantes, las cuales usualmente, como los órganos vitales del sistema, no son ni tan transparentes ni se presentan a simple vista.
Pero todo esto al fin de cuentas es dicho por un demente, y esta breve reseña no deja de ser, como el nos ha enseñado, un simple ejercicio metafórico de ficción solo para entendidas.
Diciembre de 2017