La deconstrucción
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Imaginemos que existe en el mundo una unidad dotada de dos variables que parecen ser esencialmente diferentes, y por naturaleza, mayor y menor, respectivamente. No obstante, mediante el respeto y una metodología inefable parece ser que algunos de los mas rancios y férreos miembros de la variable mayor pueden realizar un proceso que les hará posible pasar de “qué hacías vos así vestida a esa hora” a ser aliados del bien a quienes perdonar porque ya han aprendido a tratar con decencia a quienes conforman la variable menor, supuestamente.
El feminismo en su versión masiva actual, que inunda nuestras pantallas, denomina a este proceso de volverse bueno y, por ende moderno y ciudadano “deconstrucción” en una suerte de confusa aplicación de la conceptualización de “deconstrucción” que comienza en Heidegger y continúa en Derrida, como un espacio seudo terapéutico donde “sanar” las así denominadas “diferencias sexuales” (siempre inobjetables, por supuesto, porque no todo es susceptible de ser deconstruido en esta deconstrucción de salón) producidas por la heterosexualidad como régimen político. De Mirtha Legrand a Coco Silly todas las luminarias en todas partes del mundo han emprendido, de un modo u otro, la deconstrucción para poder acertarle al pronombre al hablar de la discriminación sufrida por Cris Miró, o de la demencia de la hija de Camilo Sesto, pero sin que las condiciones materiales de ninguna Zulma Lobato cambie. Esta “deconstrucción” que emprenden hasta nuestras celibrities en una suerte de refreshing intelectual para no quedar tan demode como protagonistas de vetusta picaresca como “Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo” (primera película de Moria Casán con Alberto Olmedo) durante el proceso de reorganización nacional.
La deconstrucción se presenta como un ideal regulatorio que no solo permite conservar la calma chicha entre asignaciones biopolíticas, tras conseguir alguien que ayude en casa; sino también va diciéndole a los cuerpos margen y a los deseos-borde cuáles si acaso merecen representación y representatividad. Una suerte de terapia de parejas del inconsciente colectivo heteronormal que permita una evolución a un estado más puro y perfecto de corrección política donde los gays se pueden sentar a la mesa con sus parejas, si no, no. La deconstrucción en el mejor de los casos garantiza el acceso a alguna de las dádivas de las que disponen los órdenes mayores (¡albricias, quién lo diría golpes de estado y dictadoras mujeres en Abya Yala!); pero jamás osa siquiera destruir la diferencia, que pese a ser tan solo una apariencia, se presenta como sustancial. Si uds me preguntan a qué no se parece un hombre diría a un coleóptero mucho mas que una mujer. Como ya hemos afirmado en Primavera con Monique Wittig, el devenir lesbiano con el dildo en la mano de Spinoza trasnferminista, el otro sexo es el otro de ese sexo que existe como variable mayor construida como natural por la heterosexualidad como régimen político. Si mujer se hace, entonces hay que “deshacerla”. Si la mujer es una construcción, lo que habría que hacer es deconstruirla en vez de afirmarla en su rol omnipotente floreciapeñano poliamoricienta.