A continuación te presento el prólogo de mi primer libro de poemas (Simurg 2003). Encontrás una versión ampliada y corregida en mi libro Protofeminismos, sexo, violencia y lenguaje inapropiado en la mitologia grecolatina
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El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi intinitamente más rico (más ambiguo, dirán sus detractores, pero la ambigüedad es una riqueza)
Borges
(...) me estaba indicando que al leer el texto tratara de traducirlo mentalmente, para domesticarlo, pero yo tomé el consejo al pie de la letra y lo traduje de veras (...) Descubrí que por fin podía leer de otra manera, podía prestar atención al texto de otro porque lo estaba reescribiendo, haciéndolo mío.
Molloy
Cada poesía es una lectura de la realidad, esta lectura es una traducción que transforma la poesía del poeta en la poesía del lector.
Octavio Paz
Es la intención de este libro poder servir para reflexionar sobre el proceso de la traducción de la forma poética como hecho teórico-filosófico-poético, según he estado trabajando como investigadora y traductora en relación, principalmente, a la obra de Catulo, poeta latino del siglo I a.C., autor que analizo desde hace más de dos años en la Universidad de Buenos Aires en el marco de un grupo de investigación que tiene como tema la identidad y sus formas de representación en la literatura latina. Este libro intenta ser un ejemplo práctico, pero no al estilo de los pesados cuadros positivistas del malhumorado manual de traducción de Newmark, sino a través de un corpus poético que sea susceptible de hacer gozar y que confronta dentro de sí mismo aquello de que la traducción es simplemente verter a otra lengua el significado de un texto en el sentido pretendido por el autor.
De Catulo tomo como título de este libro la voz nugae que podría ser traducida al español como “frivolidades, versos ligeros, niñerías, tonterías, bagatelas”, y que hace referencia al programa poético de los poetae noui o neoteroi, del cual formaba parte dicho poeta, lo que permite que en esta obra se conjuguen no sólo matices y sentidos antipoéticos de un modo hiper erudito y lirista, tal cual lo hacía este grupo, sino también que se experimente a partir de la ambigüedad del Yo, intentando desafiar, por momentos, el gusto convencional, y redistribuir así la lengua materna y discutir los criterios de incorrección/incorregibilidad con los cánones establecidos de lo “políticamente correcto”. Más aun, este programa posibilita que en un mismo libro se sucedan poemas de tema amoroso y de invectiva, que, a la usanza catuliana, están todos dedicados a alguien cuyo nombre figura como título de cada texto en un juego que se propone combinar lenguas y temporalidades heterogéneas a través de identidades poéticas que se confunden. La posibilidad de unir reflexiones que surgen de una formación literaria clásica con fenómenos de la sensibilidad contemporánea es la zona con la que experimenta Nugae, obra que además se abre como texto bilingüe consolidando la idea de mezcla cultural, de alto y de bajo y de acortar distancias entre futuras audiencias.
El presupuesto teórico del que parte la traducción de Nugae es la intraducibilidad de la forma poética. Como dice Gadamer “es un mandamiento hermenéutico reflexionar no tanto sobre los grados de la traducibilidad cuanto sobre los grados de intraducibilidad”. Pero esto no es experimentado como una pérdida, sino más bien como el surgimiento de otro texto, pegado por su costura a la hoja precedente como un hermano siamés, igual pero distinto -no un clon que se enfermará pronto y morirá joven como la buena oveja Dolly- sino más bien un texto otro que a su vez nutrirá y reformulará el texto de partida en la instancia de la creación y de la recepción. La intraducibilidad, tal como se entiende aquí, su- pone que el paso de una lengua a otra genera una nueva forma, un nuevo poema. Sin embargo, la traducción es un imposibilia, un mero espejismo, es Narciso y el agua, ya que nunca hay sinonimia ni equivalencia exacta. Lo único que no se puede negar de la traducción es que, como en la fotografía, alguna vez hubo un referente allí. Si entendemos que los significados son siempre contextuales y situacionales la traducción es un problema semiótico y no una ecuación de equivalencias. Esto es así especialmente en poesía, donde las palabras son el poema mismo: si se las cambian, si se altera su orden sintáctico, si varía su sonido, muta el sentido entero porque la elección de los semas y su disposición son el texto; como en la magia, si se mete un ramo de flores en la galera, se obtiene luego un conejo porque el traspaso de un lugar a otro modifica los objetos y altera la materia.
Es así que, en la re-elaboración del texto por parte de la traducción es necesario llevar a cabo una serie de operaciones necesarias para subsanar aquellos problemas que le son propios a estas tecnologías. La traducción debe encontrar la manera de actualizar, reponer o directamente generar toda una gama de semas y conceptos que no existen como tales en la lengua de llegada. Lo que se implica es que los traductores deberían trabajar ad-hoc para tratar de sortear los escollos de cada caso en particular porque la traducción es un problema lingüístico situacional y contextual, como ya mencionamos, y no una cuestión de hacer coincidir término a término las nomenclaturas. Piénsese a este respecto en los llamados filólogos eclécticos que se sitúan en las antípodas de aquellos que buscan un método sistemático que permita automáticamente elegir variantes para fijar y constituir un texto por medio de la aplicación de una serie de reglas que falsamente hagan suponer que se puede prescindir de la subjetividad. Yo, al igual que ellos, creo que no hay un sólo original ni una única recepción del mismo. Sin embargo, la traducción no puede ser simplemente una demostración de destreza verbal. Aquel que se sienta a traducir no debería ser un malabarista, sino más bien un apropiador de otra lengua para obligarla a ser la madre, a que hable como la madre pero sin serlo -lo cual permite hacer toda una serie de piruetas, ahora sí, sin sentir la culpa de estar violando un tabú.
Del mismo modo, la traducción debería ser entendida como lo hacen los poetas ingleses que la muy prestigiosa editorial de poesía contemporánea británica Faber & Faber convocó, hace bastante poco, para volver a poner en circulación las viejas Metamorfosis del poeta latino Ovidio. Todos ellos, editores y poetas, advirtieron que la mejor manera de hacer recircular en lengua inglesa y de acercar a las jóvenes generaciones lo que se encontraba recluido en la estrecha cárcel de una lengua de la cual sólo los sofisticados eruditos poseen la llave, era entender el proceso de traducción como una metamorfosis que trate de (re)crear, en el mejor de los casos, uno de los efectos posibles del texto de partida y generar tantos otros diferentes. Los resultados son, en el peor de los casos, atrapantes.
Creo también, si alguien me exige más, que la traducción ideal debería ser hecha por otro escritor. Reconozco, por haberlo sentido en mi propia carne con el latín, que nada reemplaza el contacto directo con la lengua. El esfuerzo inconmensurable de acceder a la forma mentís que supone la competencia total de una lengua siempre vale la pena. Pero si se carece del conocimiento exhaustivo de un idioma para disfrutar del texto en la que está inscripto, lo mejor es leer lo que “tradujo” un verdadero hacedor, que reúna en su persona, como condición sine qua non, la competencia comunicativa, la competencia lingüística y la sensibilidad literaria. Odio a los traductores y sus traducciones. A diferencia de ellos, no me pienso como una científica cuando estoy traduciendo, ni pienso la traducción como una ciencia sino como un arte. Al igual que los anónimos traductores dirigidos y supervisados por el rey Alfonso X, tan sabio él, que jamás dudaron en amplificar y explicar mediante la escritura de una especie de glosa tal como “las endicheras dell ynfiemo... a que llaman los gentiles deessas rauiosas por que fazen a los corazones de los omnes rauiar de duelo” donde el texto de partida decía sólo Eumenides, entiendo que los cambios y las alteraciones no son necesariamente para mal, y por ende, no les temo.
Haciendo un poco de memoria, recordemos que las operaciones designadas como “Traducir, Trasladar, Transpolar” han sido entendidas en diferentes momentos como el traspaso de una materia discursiva de una lengua a otra; maneras en la que los hombres han intentado desarrollar un saber acerca de sí mismos para entenderse y modelarse. Las discusiones tradicionales acerca de la traducción casi siempre asumen que hay un significado original que está fijo y es unívoco, y que la tarea del traductor es reproducir alguna materia textual tal cual estaba en su lengua de partida, tal cual lo quiso y lo concibió su autor. Si bien es innegable que en el original está contenida la posibilidad de su traducción, como dice Benjamin: la traducción “brota del original, pero no tanto de su vida como de su supervivencia pues es posterior al original”*. A su vez, toda traducción es una interpretación que implica asentar semas en detrimento de otros. Por su parte, el significado es situacional y reconstruido constantemente de manera contextual y discursiva por comunidades lingüísticas, en las que están incluidos los lectores y los traductores. Sin embargo, la aspiración suprema de la traducción no debería ser la semejanza con el original, porque, como dijimos antes, en su supervivencia ya se encuentra su modificación. En palabras de Susan Sontag: “The task of interpretation is virtually one of translation”; la traducción contiene el germen de un lenguaje que “está a mitad de camino entre la teoría y la obra literaria”’. Siguiendo a Sontag en su análisis sobre la interpretación, podemos afirmar que el traductor también utiliza el poder conferido por manejar lo que los otros no para decir que X es A, que Y significa B.
Es así que nuestro modelo teórico a la hora de ejercer el acto en cuestión fue elaborado a partir de la reflexión sobre las posturas de Martindale, Fowler y Foucault acerca de las nociones de traducción, intertextualidad e interpretación. Para este propósito, definimos la traducción, entonces, como una interpretación y escritura ideológico-intertextual, que homologa las figuras del crítico, el traductor y el poeta, y que permite demostrar que el referente de la literatura es la literatura misma. De esta forma, la traducción se transforma en la reconstrucción del modo en el que un texto de partida es leído. Los procesos de comprensión se vuelven modos de traducción y el poeta es traducido en traductor que ejerce una práctica metatextual porque es un intérprete entre len- guajes, culturas y convenciones performativas que decide qué elementos mostrar y cuáles borrar, mientras la forma poética debe traducir(se), interpretar(se), intertextualizar(se) y (re)crear(se). Entonces, la traducción es una manera de manipular, transformar y ejercer el poder otorgado por el dominio de aquello que los otros no dominan; una lengua, una técnica, un arte. De hecho, el acto mismo de selección acerca de qué cosa traducir tiene implicaciones ideológicas, del mismo modo que el tema sobre el que uno decide investigar: cualquier punto sobre el que una lectura haga hincapié o que se desprecie es un movimiento arbitrariamente ideológico. Tomemos como ejemplo el carenen 51 de Catulo que retoma el fragmento 31 de Sappho. ¿Acaso este poema, fonológica, morfológica y sintácticamente inexacto no es poéticamente eficaz? A un nivel de superficie, Catulo parece estar reponiendo acertadamente el contenido. Es por eso que la crítica tradicional lo recepciona como una traducción sin más y le confiere mayor o menor puntaje de acuerdo a la elección de una variante más o menos acertada. Sin embargo, la estructura profunda demuestra que las distancias que median entre la poeta y el poeta son exhudadas por todos y cada uno de los poros de la ideología que detenta el carmen 51. Más aun, cada uno de estos dos poemas pueden ser analizados con total independencia. Ambos cuestionan algo de lo que el artista de vanguardia desafiaba: la autoridad y el copyright. Pero no para decir nihil nouum sub sole, no hay autor, sólo texto, sino para mostrar que comparados no se desmerecen en una competencia lírica entre la Roma Quadrata y la Liga del Peloponeso, como muchos aun hoy insisten en ver casi toda la literatura grecolatina, sino que, por el contrario, se alimentan, se fagocitan el uno al otro y se evacuan en un tercer poema, tal vez, el poema del lector.
Por su parte, la intertextualidad queda definida como una característica inherente a la literatura y a otros sistemas semióticos puesto que está localizada dentro de la práctica de lectura creando significado y no descubriéndolo. Ella es la posibilidad que el sistema brinda de entablar un diálogo entre materiales heterogéneos. Si la intertextualidad se encuentra en la instancia de la recepción, entonces las figuras del lector, el crítico, y el poeta también quedan homologadas. Todos los textos están incrustados en otros textos creando así un contexto donde el texto deviene la historia de sus lecturas también.
Finalmente, la interpretación queda asimilada a las dos nociones anteriores puesto que el crítico realiza el mismo gesto sobre su objeto de estudio que el poeta que trabaja intertextualmente ya que utiliza un aparato teórico de manipulación de materias semióticas.
Recapitulando, la traducción entendida como tecnología pone en acción tres posibilidades solidarias: la capacidad de producción que permite manipular un texto; el trabajo con los sistemas que permiten la utilización de signos, sentidos, símbolos o significaciones, y que hacen de la traducción un acto esencialmente ideológico; y el poder de determinar la conducta de los individuos al someterlos a cierto tipo de ficciones. De acuerdo con todo esto, los textos son siempre traducciones que le hablan a otros textos incorporándose a la cadena infinita de textos e incluyendo a sus lectores / traductores como sujetos textualmente constituidos y estimulados. En ese diálogo intertextual acontece la construcción de la identidad, o sea un ser-en-un texto. De este modo, la manipulación, transformación y ejercicio del poder son inmanentes al dominio del conocimiento lingüístico y literario necesario para traducir que construye, asimismo, dentro y fuera del texto a los diferentes sujetos socio-discursivos con los que se propone entablar una comunicación. Es así que el artista que traduce detenta el poder simbólico de construir lo dado por medio de la escritura a partir de lo que las escuelas más tradicionales de traducción consideran simplemente como el traspaso de una materia a otra. Podemos ir más lejos y adherir a quienes piensan que incluso la lectura de los textos poéticos en la propia lengua materna es una suerte de traducción.
Bienvenidos, entonces, traductores, a leer nuestras Nugae.
Leonor Silvestri, 2003