Panegírico en centón a Michel Foucault
(Foucault para encapuchadas. Manda de Lobas. Queen Ludd)
Como demuestran Augusto o Pericles, una centuria se mide no en años sino la intensidad de una praxis vital. Si bien Michel Foucault ha sido lo opuesto de un líder político, ni siquiera el filósofo regente de la República que auguraba Platón, sino más bien un artificero – quien nos provee de las armas para el combate-, continuamos en el siglo de su tesis del poder productivo que opera no por represión sino positivamente, produciendo efectos; y como ocurre con Homero, aun comemos de las migajas de su banquete.
El otro gran pensador del poder, que no debe ser confundido con el despliegue de la fuerza, Foucault torna la complejidad del pensamiento crítico coloquial y amistosa como una forma de vida, siempre con una palabra justa cuando parece que es inútil sublevarse al percibir lo intolerable. Poder que penetra el cuerpo social hasta en sus elementos mas tenues y que se reconduce, doblemente insidioso, tras un aparte proceso revolucionario. Por eso, el individuo que se nos invita a liberar es ya uno de sus efectos.
Gran maestro mundano del escepticismo, cínico y asceta, enseña que la pregunta no es “qué” sino “cómo”: ¿cómo opera su pensamiento en nuestras vidas cuando afirma que decirle que SI al sexo no es decirle que NO al poder y coincide con el ascetismo de Daniela Cardone en Noche al Dente cuando afirma que “el sexo es aburrido”, ...el sexo, dispositivo privilegiado por donde el poder emerge. No confesar, entonces, la verdad sobre si, puesto que la identidad es uno de los primeros productos del poder, una cuestión policial y prescriptiva qué impone cómo hay que ser cuando se dice quién se es. No nos pregunten quienes somos, entonces, los foucaultianos, no se nos pida que seamos siempre iguales y los mismos.
¿La heteronorma de Wittig, las tecnologías del género de De Lauretis, la explotación del vínculo apasionado en Butler, las semiosis de género en Preciado, la teoría queer íntegra habrían sido posibles sin él? No tanto para liberarse o desreprimirse sino para resistir los modelos de asimilación, ávido apologeta del uso reflexivo de los placeres o la construcción de ars erotika que incluya la culinaria, los psicoactivos y psicotrópicos, la deshinibición con respecto a los tabues sexuales, la producción de placer de extrañas maneras y por supuesto la desujeción de la voluntad de poder; Foucault, santo patrono de la creatividad sexual y la euforia afectiva por la creación de un mundo que obtenga placer al darlo donde otras formas de relación sean posibles.
El mayor teórico de ese efecto del poder llamado sujeto moderno en el sentido anfibológico del término que se encuentra en el corazón del el humanismo como soberanías sometidas. Iconoclasta, le debemos el coraje intempestivo para poder enfrentarnos a nuestro propio tiempo sin diferencia entre teoría y práctica. Su extramoralidad sin límites que dejá a Chosmky estupefacto y patitiezo, erróneamente confundida con hedonismo, nos hace perder el temor a ensuciarnos: desde la ley del pudor con Hocquenghem, el grupo de información de las prisiones con Vidal Naquet, o las prácticas BDSM en San Francisco contra el lloriqueo específico de Bersani. Del lado de sus antagonistas se amuchan envidioses decoloniales que oh casualidad ostentan tanto en común con lo más rancio de quienes hablan de “ideología del género” y sostienen el matrimonio como el legítimo organizador de la sexualidad.
Si Nietzsche es un martillo, Foucault es una caja de herramientas cuya escritura sirve a usos no definidos por quien lo ha escrito; así, autor-función-social, podemos servirnos de sus frases o conceptualizaciones como de un destornillador para producir un cortocircuito en el régimen de dictadura bajo el cual vivimos cuya violencia se impone constitucional y democráticamente para desenmascarar la opresión que se ha ejercido subrepticiamente a través de las instituciones que se muestran neutrales e independientes, libres y justas. En suma, la ruptura de todas las cadenas mediante las cuales el humanismo obstruye la voluntad de poder en Occidente y reconduce la individualidad normativa con moralizador sadismo.
La vida de sus ideas imprime en nuestros espíritus un bello recuerdo y un valiente mundo presente donde solo le pedimos a Foucault que no nos abandone en esta peste que hay mucho heteronormal entre la gente.
Leonor Silvestri
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